
Dos recientes publicaciones presentan análisis profundos y críticos sobre el estado-nación moderno y el orden internacional de Westfalia, proponiendo alternativas supranacionales para enfrentar los crecientes peligros globales. Pagden narra la transformación, a lo largo de siglos, de un mundo dominado por imperios hacia un sistema global de estados soberanos. Aunque hoy el estado-nación es visto como el modelo político más legítimo y exitoso, el autor documenta los métodos violentos y coercitivos utilizados para agrupar a diversas culturas y etnias dentro de fronteras nacionales. Si bien los imperios también fueron brutales, su estructura transnacional permitía la existencia de regiones autónomas donde se mantenía la diversidad cultural y religiosa.
En la actualidad, Pagden considera que el estado-nación enfrenta un dilema fundamental: aunque ha brindado un marco político y legal esencial para proteger los derechos de la población, hoy le resulta difícil salvaguardar a sus habitantes de problemas globales como el cambio climático y las transformaciones tecnológicas. Para enfrentar estos desafíos, Pagden se inclina por modelos federales de cooperación, como la “unión de estados” de Estados Unidos o la Unión Europea. No apuesta por la creación de un gobierno mundial utópico, sino que vislumbra la formación progresiva de una red internacional de leyes, tribunales y asociaciones intergubernamentales que obliguen a los estados a colaborar en la solución de problemas globales.
Por su parte, Falk defiende con elocuencia la necesidad de un movimiento global que haga al sistema de estados-nación más sensible ante las amenazas ambientales. Hace más de 50 años, Falk fue uno de los primeros en alertar sobre este tema con su obra pionera “Este Planeta en Peligro: Perspectivas y Propuestas para la Supervivencia Humana”. Desde entonces, si bien ha surgido un movimiento ambientalista a nivel mundial, Falk destaca que este esfuerzo no ha logrado establecer un consenso político sólido entre las élites.
El libro de Falk analiza varios obstáculos que han frenado la cooperación ambiental global, como la ideología neoliberal predominante en Occidente, la falta de equidad en la distribución de los costos de adaptación, instituciones internacionales disfuncionales y normas globales débiles para la resolución multilateral de problemas. Al igual que Pagden, Falk atribuye el fracaso de la cooperación internacional al propio sistema de estados soberanos, ya que este fomenta el nacionalismo, el militarismo y la competencia por el poder.
Sin embargo, Falk no es completamente pesimista. Destaca experiencias alentadoras en integración regional, en el desarrollo del derecho internacional y en redes de instituciones internacionales y organizaciones de la sociedad civil. A largo plazo, argumenta que la única forma de salvar al planeta es que la población mundial reinterprete el concepto de ciudadanía global, fomentando una conciencia cosmopolita que surgirá de una sociedad civil más activa y comprometida.